Porque fotografiar —como amar— nunca es inocente. Es un intento de comprender lo que inevitablemente se escapa.
Ojo que te miro parte de una premisa simple: mirar es siempre un acto de poder. Quien mira, roba y restituye al mismo tiempo. Los cuerpos retratados no posan, resisten. Habitan la imagen como se habita una memoria: con pudor, con intensidad, con miedo. No hay pose, hay respiración. No hay representación, hay presencia.